Recordamos su calidad de vida como persona, deportista y político en su última aparición para la Revista Regatas en el 2019.

Fue testigo y protagonista de los últimos cien años de nuestra vida republicana. Luis Bedoya Reyes, el «Tucán», fue un rara avis en tiempos en que la clase política nacional se ve desprestigiada. Abogado, fundador del PPC, dos veces alcalde de Lima y tremendo jugador de frontón, en tiempos en los que no se usaba paleta. Tras su sensible fallecimiento, recordamos su última aparición en la Revista Regatas, el día que celebramos sus 100 años de vida y el importante legado que nos deja: su honor, su inacabable caballerosidad y una forma de hacer política que parece casi en peligro de extinción.

Un texto de Carlos Fuller (Revista Regatas. Ed 292 – 2019)

En estos días, parece que todos tienen algo que decir sobre Luis Bedoya Reyes. Si no aparece en la prensa, asiste a eventos honoríficos, con alcaldes, políticos y el Presidente entre los invitados. Mientras tanto, en el Congreso, se aprobó la moción para que la Vía Expresa, una de las arterias más importantes de la ciudad y obra suya, comience a llevar su nombre. Desde que, a finales de febrero, cumpliera los 100 años de edad no ha parado de recibir reconocimientos.

Una semana antes de esta entrevista, Luis Bedoya Reyes recibió un homenaje en el Club de Regatas “Lima”, en el que es socio desde los 18 años. ¡Tiene el carnet número 608! Aquel día, el segundo piso del Hall Principal parecía haber recibido a un rockstar: no había espacio para una persona más. En su discurso, el presidente del club, Alfredo Guzmán, dijo que Bedoya representaba aquello que Jorge Basadre pedía para el país: «Hombres despiertos, inteligentes, sabios, vigilantes, constructivos, eficaces; con ideales, pero no con consignas». Ahora, en la sala de su casa en Miraflores —entre medallas, diplomas y cartas de expresidentes—, me pide que abra su libro de memorias, un tomo de ochocientas páginas llamado Joven centenario. Estamos frente a frente al lado de una pequeña mesita; él lleva su propia copia, y esta parece una especie de cátedra maestra exclusiva.

«Busca el capítulo 11, página 129. ¿Qué dice ahí?», pregunta mientras se coloca los lentes. «A los 18 años me hice socio del Club de Regatas Lima, en Chorrillos —recitó—. Desde entonces nunca he dejado de concurrir. El club fue, para mi vida deportiva, lo que el centro católico de Miraflores fue para mi etapa formativa».

Luego empieza a contar las historias de ese tiempo. Sobre los días en que se encontraba con otros socios al final de la línea del tranvía, en Chorrillos. Cuando, para llegar al club, había que bajar por un camino inclinado de ladrillos, agarrados de pedazos de caña. Entonces, como parte del ritual de iniciación en el CRL, Bedoya empezó a remar bajo la dirección de Juan «Colorado» Muñoz. «Eso me dio disciplina. Tenía que levantarme a las cinco de la mañana para ir a entrenar», cuenta. Bedoya regresaba de estas sesiones a eso de las seis y media de la mañana y, enseguida, salía a clases en San Marcos o a su trabajo en el Departamento de Informaciones del Perú, en el Palacio de Gobierno. Una de esas mañanas, en la puerta de su casa, se encontró con su abuela, que salía rumbo a la iglesia.

—Hijito, no cometas imprudencia —le dijo ella—. ¿Por qué no vamos a misa? Así te confiesas y comulgas. Porque tienes que cambiar, hijito. ¿Cómo es posible que estés llegando a casa a estas horas?

—Vengo del Regatas, abuela.

—¿Por qué me cuentas un cuento, hijito? —dijo ella—. Yo pensé que tú eras muy derechito, muy correcto.

—¡Pero sí soy correcto, abuela! —le respondió Bedoya.

Foto: Sanyin Wu

UN HOMBRE CORRECTO

Sobre una repisa en su sala, tiene una colección de tucanes: de cerámica, de madera; también un peluche del videojuego Angry Birds. El apodo de “Tucán” se lo dio el humorista Luis Felipe Angell de Lama, “Sofocleto”, a propósito de su perfil, que no es tan pronunciado, a decir la verdad. Lejos de picarse, Bedoya se apropió del sobrenombre y lo convirtió en parte de su figura. «Tucán, tucán, tucandidato» fue la frase que lo acompañó en su camino a la alcaldía de Lima, en 1964.

El buen humor es un aspecto muy marcado de su personalidad. Incluso en contextos políticos, incluso en los debates más feroces, Bedoya encontraba la manera de responder los jabs con buen humor y gracia. Durante el tramo final de su campaña de reelección para alcalde de Lima, sostuvo el primer debate televisado que se vio en nuestro país, en 1966. Su contendiente era Jorge Grieve, un prestigioso ingeniero y político de amplia trayectoria, quien le increpó no tener planes. «Él dice que no tenemos planes, sino planos. Pero él no trae ni siquiera planos», respondió.

Una de las frases más ingeniosas de su repertorio es una auténtica lección política: «A los jóvenes les corresponde saber llegar y a los adultos, saber legar». ¿Cuál sería el legado de Luis Bedoya Reyes? Quizás las varias obras que emprendió como alcalde de Lima, entre las que destaca la Vía Expresa de Paseo de la República. O la fundación del Partido Popular Cristiano, en 1966, que, con altos y bajos, sigue siendo uno de los pocos partidos tradicionales que se mantienen en vigencia en el Perú. Sin embargo, más allá de las obras físicas, su más grande legado quizás sea un gesto.

«A los 18 años me hice socio del Club de Regatas Lima, en Chorrillos —recitó—. Desde entonces nunca he dejado de concurrir. El club fue, para mi vida deportiva, lo que el centro católico de Miraflores fue para mi etapa formativa»

A finales de la dictadura militar, en 1978, se convocó una Asamblea Constituyente que elaboraría una nueva carta magna y cuyos cien integrantes fueron elegidos democráticamente. Los dos miembros con más votos fueron Víctor Raúl Haya de la Torre y, en segundo lugar, Luis Bedoya Reyes; sin embargo, el aprista tenía muchos adversarios que se oponían a que fuera el presidente de la Asamblea. De hecho, representantes de la extrema izquierda se acercaron a Bedoya para ofrecerle sus votos y hacerlo presidente. En un gesto que hoy es histórico y que sorprendió a los mismos apristas, Bedoya impulsó que el PPC en su conjunto le diera sus votos a Haya de la Torre para convertirlo en presidente de la Asamblea Constituyente.

«Éramos conscientes de varias cosas», cuenta Bedoya, al preguntarle sobre esta decisión. «La primera era que nadie tenía la mayoría y había muchas posturas incompatibles; esto se podía ir al diablo y nos jugábamos una continuación de la dictadura. Alguien tenía que sorprender con una solución que nadie esperase. Dentro de todo, el Apra era una unidad. Y Haya era un hombre que había seguido una línea. Había vivido entre la persecución, la prisión y el ocultamiento. Respetado por todos, temido por todos, pero nunca había alcanzado un cargo público. Además, ya sufría una enfermedad; estábamos ante sus últimos días. Este hombre merecía algún tipo de homenaje».

Fue el mismo Bedoya quien tomó el juramento de Haya de la Torre como presidente de la Asamblea Constituyente. Y más adelante, cuando la salud del líder aprista empeoró y se puso en riesgo su inclusión en la lista de firmantes de la Constitución de 1979, Bedoya colaboró en la búsqueda de un mecanismo legal que lo permitiera. Y uno se pregunta, en el contexto político actual, con la polarización actual, ¿acaso es posible un gesto como aquel con un adversario? Le pregunto a Bedoya: «¿Cree que se ha perdido la caballerosidad en la política?».

«Ya no hay modales», responde él. «Hay insultos. Hay adjetivos y denuncias. La gente no exhibe méritos; prefiere señalar las fallas del adversario. Por mi parte, puedo decir que nuestra gente nunca ofendió. Y que en los otros partidos también había gente respetable. Eso era algo que uno podía reconocer entonces».